No todas las primaveras son
iguales en Sierra Nevada, e incluso podría decir que no hay ninguna igual. No
todos los años acumula la misma nieve la montaña, no todos los años llora su
deshielo en el mismo tiempo. El calor, la falta de lluvia o todo lo contrario, diversifican
cada año un paraje en distintos paisajes para contemplar.
Esta primavera ha sido de un deshielo precoz, las
chorreras no rugen como otros años, los borreguiles se encuentran a más altitud
de lo habitual, así que el esfuerzo de la subida valdrá la pena.
Vamos subiendo, ascendiendo
lentamente hacia un destino incierto, dejando atrás lo cotidiano, lo
inverosímil de una vida contra reloj, olvidaremos por unas horas un estrés
artificial que la montaña ignora. Vaciaremos el sonido de nuestros oídos y
saciaremos de silencio nuestros ojos, nuestro calma.
A casi 3000 metros , encontramos el único ojo de
Polifemo, tal vez Ulises escondió en su odisea aquel ojo de cíclope antes de su
incansable regreso a Ítaca. La
Laguna de las Yeguas bien podría ser este elemento homérico
fingiendo ser un bello lago perdido en las alturas.
Sobre el lago, la nieve aún
domina el terreno, hay años que la umbría de los Tajos de la Virgen , perpetúan el blanco
hasta bien avanzado el verano, dejando entrever pequeñas lagunas, elemento
líquido del deshacer del invierno. En esta ocasión, aún perdura la nieve y el
hielo, aunque comienza a dibujarse un paisaje de lagunillos que en semanas
estarán completamente definidos.
Damos marcha atrás, comenzamos un
descenso de altitudes al igual que un descenso de tesituras hacia la vida
diaria, hacia esa jungla de cemento y asfalto ordinario. Antes dejaremos otra
vez la bella imagen de Las Yeguas y desde las alturas desistiremos al frío para
enfrentarnos a las altas temperaturas de nuestros niveles usuales. Nos quedan
algunas chorreras y la flora tardía de la alta montaña. Comenzamos nuestra
odisea singular con la particularidad de desear pronto embarcarnos hacia otras
aventuras.
“La montaña me habla
me grita, me susurra
me merce en su dulce
cuna
me abre puertas de
esperanza
me atrae y distrae, me
sueña
y me cuenta, me recoge
me arrulla, me canta.
Dice mi nombre o lo
esconde
me dobla, me desgrana.
La montaña soy yo
cuando quiere la
montaña,
y si no,
no soy nada.”
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